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El clásico animado de Disney llega nuevamente a la gran pantalla, pero esta vez con una versión en carne y hueso que sorprende por su realismo y el ingenio a la hora de adaptar una historia desde el mundo de las caricaturas al mundo real.
Sinopsis: La nueva versión de acción real de EL REY LEÓN de Disney, del director Jon Favreau, nos lleva a la sabana africana donde un futuro rey ha nacido. Simba idolatra a su padre, el rey Mufasa, y está entusiasmado con su destino real. Pero no todos en el reino celebran la llegada del nuevo cachorro. Scar, el hermano de Mufasa y antiguo heredero al trono, tiene sus propios planes. La batalla de Pride Rock se ve teñida de traición, tragedia y drama, y acaba forzando a Simba al exilio. Con la ayuda de una curiosa pareja de amigos nuevos, Simba tendrá que arreglárselas para crecer y recuperar lo que legítimamente le corresponde.
Quizás para los más jóvenes «El Rey León» no logre el mismo efecto que para quienes lloraron por primera vez en las salas de cine allá por el año 94′, en uno de los tantos cines extintos del país, en una época donde el ir al cine era considerado un lujo, donde existía el respeto al silencio durante la proyección de la película, donde nadie te recordaba apagar el celular porque los teléfonos móviles aún no eran masivos y las redes sociales eran algo inimaginable.
Sí bien las generaciones previas a los nacidos en los 80′ presenciaron películas dramáticas de animación tradicional como Bambi o Dumbo, la mía fue testigo de la muerte de Mufasa. Un hecho que sin duda marcó a muchos niños -incluyéndome- provocando el primer llanto de varios en una sala de cine.
Darle vida a un clásico animado parece ser la nueva forma de sobrevivencia de Disney. Una práctica efectiva a la hora de movilizar al cine a las nuevas generaciones, pero muchas veces es odiada por los más adultos que vemos como destruyen nuestros clásicos preferidos.
«El Rey León» evoca toda la magia infantil al revivir aquellas escenas que nos maravillaron de pequeños junto a esas canciones que se quedaron plasmadas en nuestro subconsciente. Con una majestuosa escena inicial, donde vemos a centenares de animales dando la bienvenida al nuevo miembro de la realeza, Disney nos convence que valdrá la pena las cerca de 2 horas que dura la película.
Los parajes de la sabana africana, los detalles de los personajes y el realismo alcanzado son sorprendentes. Más aún la ingeniosa forma de adaptar la historia, donde dejamos de lado las morisquetas, los colores y los animales bailando para dar paso a un relato sacado de NatGeo.
Hay varios puntos a favor que cabe señalar, como la forma en que reemplazaron ciertas escenas caricaturescas como la de Timon bailando hula hula, o la pirámide de animales bailando «Yo quisiera ya ser el rey» o simplemente la realidad y el detalle puesto en cada escena.
Sin embargo existe un elemento, o más bien la falta de este, que generó un debate entre quienes pudimos ver «El Rey Leon» días antes de su estreno. En cierta escena en particular, donde todos deberíamos estar con pañuelo en mano, se siente toda la fuerza emocional del momento, pero no lo suficiente. Un pequeño gran detalle que atribuyo a la carencia emocional del rostro de los animales. Aquí no vemos lagrimas corriendo por la mejilla, ni voces desgarradas por la tristeza como en el clásico animado. Al ser una versión «real», también carece de elementos visuales como sangre o magulladuras, las que podrían haber generado un efecto más eficiente al evocar tristeza.
Si bien esta es una excelente adaptación al clásico de 1994, se pierde de cierta forma toda la magia y el encanto de las caricaturas animadas que nos hicieron reír y llorar en nuestra infancia. Pese a que la nueva versión es una excelente apuesta muy bien realizada, debo decir que me quedo con la versión de los 90′. «El Rey León» es uno de mis clásicos favoritos, de aquellos que marcaron tu infancia; De esos que repetiste mil veces en VHS, escuchando sus canciones una y otra vez en cassette. Recuerdos que te transportan a una época dorada, donde todo parecía mejor. Donde compartir en familia era sagrado y donde apreciábamos más compartir cara a cara en vez de mirarnos a través de una pantalla.
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