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Pablo Larraín («El Club»; «Jackie») es ciertamente uno de los primeros referentes que salen al frente cuando se habla de cine chileno actual. El director ha sido uno de los exponentes que más ha impulsado hacia adelante a la industria nacional, logrando crear producciones a nivel internacional e incrementar la posición del cine chileno a nivel global. Es por lo mismo que su más reciente película, «Ema«, llega a los cines con varias expectativas, especialmente al ser otro estudio de un fuerte personaje femenino después de lo que fue «Jackie» con Natalie Portman. ¿Se suma la película a su lista de éxitos?
Sinopsis: Ema (Mariana Di Girolamo) y Gastón (Gael García Bernal) son artistas en una compañía de danza experimental, cuyas vidas se ven sumidas en el caos cuando su hijo adoptivo, Polo, se ve involucrado en un violento incidente. A raíz de su decisión de abandonar al niño su matrimonio se desmorona y Ema se embarca en una cruzada de liberación y autodescubrimiento, mientras baila y seduce. Centrada en el sinuoso y electrizante reggaeton, Ema, es el retrato incendiario de una mujer en llamas. La historia de una temperamental artista que se ve obligada a lidiar con la presión social y la necesidad de conformarse. Un agudo drama psicológico de la vida latinoamericana con una heroína inolvidable que está decidida a moverse libremente por el mundo, mientras seduce a todos y a todo lo que la rodea.
Larraín tiene una maestría para contar relatos bastante particulares, ya que, muchas veces ha mostrado historias que cuentan con tal ambigüedad moral, que cae en el espectador el determinar si está del lado del protagonista o no (véase «Tony Manero» y «Fuga» como referentes). «Ema» es una de esas historias, la cual es particularmente relevante hoy en día, en un mundo donde el empoderamiento femenino está en boga de forma constante.
Mariana Di Girolamo se roba la pantalla como la titular Ema, interpretando a una mujer empoderada e implacable, equivalente a una fuerza indomable de la naturaleza -y Larraín nos hace énfasis en esto- como el fuego puro. Parte de una familia disfuncional (la que tiene y la que intenta armar), donde no hay peligro alguno de romperse, por el hecho de que todo siempre estuvo roto de alguna manera. Es por lo mismo que su único escape está en el refugio que encuentra en sus amigas de su compañía de baile (probablemente su única familia de verdad como pares artísticos), su danza y su propio hedonismo indulgente.
La historia de «Ema» sirve como un reflejo de diversos aspectos de la sociedad (de forma global y no estrictamente nacional) moderna, partiendo desde el seguimiento de un personaje que forma parte de aquellos «que sobran» o «son diferentes» de lo que se considera «normal», pero que hoy en día progresivamente se han ido volviendo parte del status quo en un mundo donde constantemente se impulsa hacia el progresismo y la inclusión. De la misma manera que habla sobre las amenazas de los vínculos humanos y las familias a la hora de querer uno desarrollarse y crecer como persona (a nuestra manera), y especialmente, sobre la segunda cara del empoderamiento personal, donde uno puede llegar a dañar (e incluso destruir) a uno mismo, y a quienes nos rodean, en el camino para llegar a nuestros objetivos (especialmente si no tenemos clara dicha ruta).
Asimismo, la cinematografía de Sergio Armstrong se luce por completo, al dar una nueva cara a Valparaíso (donde la película fue rodada en su totalidad) que dista de ser embellecida románticamente como se ha visto en otras películas, escuchado en boleros y leído en novelas y poemas. En esta ocasión, la ciudad equivale a un producto de nuestro personaje y no la inversa, y eso es lo que la hace atrapante, llena de reggaetón y trap, luces de neón que encandilan con rojos de fuego y azules de mar profundo, y especialmente, de mucha, mucha danza.
«Ema» no es una película para todos, pero ciertamente no deja de ser una buena cinta tanto en la filmografía de Larraín como en el género de los estudios de personajes. Liderada por una vibrante interpretación principal, una cinematografía cautivante y una banda sonora que se filtra por los poros, es una película que ciertamente nos pone en un mundo brusco (en lo humano y lo artístico) donde resulta difícil estar 100% a favor o en contra de nuestra protagonista. El director no juzga, él sólo observa y muestra, y el resto cae completamente en nosotros, cosa que por más atemorizante que parezca, no deja de ser un desafío bienvenido a la hora de vivir cine. Larraín, bien ahí.
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