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Bueno, sin dudas ha pasado mucho tiempo desde que hice mi última reseña para este pequeño segmento de películas favoritas, y siendo que el año está ya cerca de terminar, me pareció lógico cerrarlo con al menos una más para que así no parezca que este rincón de favoritismo personal ha quedado en el olvido (me comprometo a mejorar eso este 2018). Ahora, sin más preámbulos, les traigo una de las películas que más amo en cuanto a lo que se refiere al desarrollo de personajes, «There Will Be Blood» («Petróleo Sangriento»), de mano de uno de mis 5 directores favoritos, P.T. Anderson («Magnolia»; «Boogie Nights»); una película que se encarga de deconstruir a un protagonista que progresivamente se ve consumido por la ambición, y va de a poco sacando a la luz su rostro, lleno de apatía, sociopatía, y que demuestra una analogía de la pugna por el poder entre dos de las facciones más predominantes en el mundo: el dinero y la fe.
Sinopsis: Texas, principios del siglo XX. Una historia sobre la familia, la avaricia y la religión. Daniel Plainview (Daniel Day-Lewis) se traslada a una miserable ciudad con el propósito de hacer fortuna, pero, a medida que se va enriqueciendo, sus principios y valores desaparecen y acaba dominado por la ambición. Tras encontrar un rico yacimiento de petróleo en 1902, se convierte en un acaudalado magnate. Cuando, años después, intenta apoderarse de un nuevo yacimiento, tiene que enfrentarse al predicador Eli Sunday (Paul Dano).
Como dije en un principio, esta película tiene su núcleo central en su protagonista, y es su odisea y su evolución lo que maneja la cinta de comienzo a fin; no hay realmente una historia definida con una realidad estable que luego se ve desbalanceada por un conflicto cuya resolución lleva a una nueva realidad; esto es puramente la deconstrucción de un hombre consumido por la avaricia durante los años que lo llevaron desde abajo hacia la cima, y el precio que pagó por ello (cosa que ante su visión inhumana y sin principios, fue un costo de poco valor).
Daniel Day-Lewis («En el Nombre del Padre»; «Lincoln») da el rol de su carrera como el titular Daniel Plainview (cosa que es mucho decir para quien es probablemente uno de los mejores actores de nuestros tiempos), un hombre cuya voz y discurso son tan grasientos y empalagosos como el mismo petróleo que locamente busca extraer de la tierra a toda costa, y que irónicamente, pareciera que se dio a sí mismo su mismo apellido (Plainview = a plena vista), ya que es la ironía viviente de un hombre que no deja sus atroces verdades ante la plena vista del mundo, sino que las esconde detrás de una máscara de hipocresía y valores en los que no cree.
Plainview es la personificación del dinero, una entidad que es imparable y no da abasto ni misericordia, capaz de traer tanto riqueza como miseria a quienes rodea. Es frío, es hosco, y es un duro -y a la vez triste- icono de la verdadera fuerza que impulsó los tiempos de prosperidad económica de los recursos naturales a comienzos de siglo XX. Un hombre completamente exento de relaciones humanas verdaderas, siendo que su hijo adoptivo no le es más que utilería para atraer a clientes que le den sus concesiones petroleras; no tiene amigos sino socios que le pueden ofrecer oportunidades fructíferas para su negocio; no tiene una vida amorosa de la que se sepa (de hecho, no hay ninguna mujer con un rol relevante en la cinta); no mantiene contacto con nadie, al punto de que cuando aparece un hombre que afirma ser su medio hermano, Plainview jamás ha escuchado ni oír de él, y a la hora de establecer lazos con él, no comparte absolutamente nada bueno, sino su desidia por la sociedad.
Nuestro protagonista es un hombre que no depende de nadie, no lamenta nada, no extraña nada, ni siente lástima por nada ni nadie. Plainview es el monstruo más humano que toda persona podría temer; ya que un hombre determinado y manejado por la avaricia, sin ningún lazo humano que lo mueva, es capaz de cualquier cosa.
Asimismo, su contraparte interpretado por Paul Dano («Ruby Sparks: La Chica de Mis Sueños»; «Swiss Army Man»), Eli Sunday, es un igual a Daniel pero de una forma completamente distinta. Es un hombre manejado por la ambición de la fe, y por consecuente, se esconde detrás de ella como si fuera el bien y la verdad; el predicador representante de la fe en la contienda contra el consumismo del dinero. Pero en el fondo, no deja de ser una fachada que disfraza las mismas ambiciones que tiene Plainview, y si hay algo que le da propósito a Daniel, es el lograr que eventualmente Eli acepte la verdad de su propia ambición y que deje de esconderse en una fe que jamás fue pura, en especial porque Daniel siempre ha aceptado su propia naturaleza.
El choque entre ambas facciones, alcanza su climax en una escena final que se ha vuelto de culto con el paso de los años, y que ha caído bajo polémica de ser o increíble o completamente fuera de tono con lo que había sido la película en un principio. Personalmente, solo diré que aparte de cimentar una de las frases más célebres de la cultura popular fílmica («¡I DRINK YOUR MILKSHAKE!»), me parece solo lógico que una historia analógica sobre un monstruo manejado por los poderes más imparables del mundo, deba terminar con menos que un desastre natural liderado por mera locura y excentricidad. Sin entrar en mayores detalles, solo diré que hay tanto terror como comedia en la noción de que el dinero es realmente el nuevo Dios de la sociedad moderna.
Asimismo, en un aspecto más técnico, la cinematografía de Robert Elswit (cinematógrafo predilecto de Anderson) es extraordinaria. Cada toma de las áridas llanuras de Texas exalta con un augurio épico de muerte y angustia, que tan solo se ven traídas a la vida en el momento en que revientan los pozos de petróleo, incluyendo una extraordinaria secuencia en el cual uno de ellos se prende en llamas, y cuyo manejo de cámara es tal, que uno no puede evitar ver la pantalla con los mismos ojos lujuriosos con los que Plainview observa el suceso. Hay belleza en ver el mismísimo infierno que desata la ambición.
Por otra parte, la cinematografía no estaría completa sin la notable colaboración musical de Jonny Greenwood (atentos fanáticos de Radiohead), cuyas composiciones para la banda sonora resultan nada menos que brillantes, al ser sumamente imponentes, toscas, y vibrantes, dando aún más vida a cada escena que está en pantalla.
Para mi, es una película nada menos que perfecta, aunque puedo entender perfectamente que hayan personas que la encuentren un reverendo tedio. No es una película del estilo arthouse, pero sin duda se sale de los parámetros narrativos convencionales en donde los personajes evolucionan en función de la historia, y en cambio, deja que estos evolucionen por su cuenta de manera completamente independiente. Es una cinta que no requiere una historia, sino el entender a un personaje que dice mucho sobre la sociedad en la que vivimos, y es por eso que lo estudiamos por dos horas y media, a través de la brillante visión de P.T. Anderson. Aunque la ames o la odies, sin duda tienes que vivirla al menos una vez en la vida.
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