[Reseña] “Anora”: El precio de las ilusiones

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Luego de coronarse como ganadora de la Palma de Oro, Anora llega a las salas nacionales pocos días después de su estreno en Estados Unidos y casi simultáneamente con su estreno en otros países del mundo. Este es un hecho inédito en nuestro país, sobretodo para cintas de menor presupuesto. Esperando conquistar al público nacional, el más reciente trabajo de Sean Baker busca calar hondo con una historia atrevida, sincera, divertida y emotiva por partes iguales.

Sinopsis: Anora, una joven trabajadora sexual de Brooklyn, tiene la oportunidad de vivir su propio cuento de hadas cuando conoce y se casa repentinamente con el hijo de un magnate. Cuando la noticia llega a Rusia, su historia de ensueño se ve amenazada cuando los padres de él viajan a Nueva York para anular el matrimonio.

La cinta se construye de forma muy ágil, apuntando inicialmente a la comedia para luego evolucionar hacia algo mucho más teñido de drama. Esto nos hace ver el romance inicial como una esperanza que se pierde al chocar de frente con la realidad.

 Ani es una chica que trabaja con éxito en un club nocturno, hasta que una noche debe acompañar al hijo de un oligarca ruso. Desde ahí, todo parece ser un golpe de suerte, casi un sueño. Sin embargo, de manera repentina, la cinta se encarga de derrumbar todo lo que nuestra mente ilusionada construyó.

Es curioso ver cómo los espectadores caemos rápidamente en este juego de creer en lo imposible y confiar en la suerte, cuando las probabilidades siempre apuntan a que la vida es cruda y ofrece pocas oportunidades. Y lejos de ser pesimista, la cinta es un abrazo a sus personajes, que deben enfrentarse a la adversidad con la frente en alto, intentando mantenerse en pie.

Si bien nunca conocemos en profundidad a las figuras de esta narración, esto permite sumergirnos en la dinámica que el director propone. No necesitamos mucho más para entender qué y cómo están sucediendo las cosas con cada uno, una vez que la historia ya está armada, para comprenderlos y luego sentir con ellos.

Ani está perdida en un mundo que no la quiere, pero del que ella cree genuinamente que puede ser parte. Así, se deja encantar por el mundo de posibilidades que se abre ante ella al estar relacionada con Vanya, confiando en que finalmente la vida le ha repartido las cartas correctas y permitiéndose incluso abrazar esas raíces que parecen dolerle tanto. Junto a la protagonista, somos capaces de ignorar todas las advertencias de esta realidad que es demasiado buena para ser cierta. Porque no lo es. Pero Ani confía en ella, en lo que es capaz de alcanzar y en lo que cree merecer, tan ciegamente que se pierde en este mundo demasiado brillante. Todo esto se desarrolla bajo la brillante interpretación de Mikey Madison, quien revela graciosamente la vulnerabilidad de su personaje.

Por su parte, Ivan es un joven despreocupado y desvergonzado que no quiere hacerse cargo aún de su vida. A causa de esto, que se entrega a todos los placeres y lujos que están a su alcance, sin considerar el peso de ninguna de sus acciones o decisiones.

Otra cosa llamativa de la película es cómo aborda el valor y el significado del dinero a través de los distintos personajes y cómo se relacionan con él. Ani entiende su valor, lo aprecia de forma fría y calculadora, pero también se deja conquistar irreflexivamente por él cuando se transforma en una puerta abierta a todo lo que alguna vez habría podido soñar. En cambio, Ivan apenas es consciente de su existencia; es un elemento de transacción casi invisible en su vida, del que es escasamente consciente y que es solo algo que a él le sobra, mientras que a todos parece interesarles: un cambio justo para vivir la vida que desea, libre de responsabilidades y preocupaciones. Es la evidencia palpable de esta brecha de oportunidades que es imposible reducir, pues, a pesar de tener raíces comunes, de dónde venimos significa mucho más que un lugar geográfico.

Comparada con la historia de «La Cenicienta» o incluso con «Pretty Woman», la verdad es que, con la visión del director, nos enfrentamos a una historia más cruda, pero al mismo tiempo amable, ya que no se expone el sufrimiento de sus personajes para enriquecer la trama, sino como una parte inevitable de estar vivos. Esto hace imposible no empatizar con ellos, sin importar de dónde vienen o quiénes son.

En cines gracias a Andes Films Chile.

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