[Reseña] «Los Oportunistas»: La oportunidad define al hombre

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No es novedad el hecho de que me fascina el cine europeo; todo quien me conoce (y/o me ha leído) sabe que cuando de este tipo de películas se trata, inmediatamente me apunto. En esta ocasión, ciertamente estaba intrigado, ya que si bien no quedé del todo satisfecho el año pasado con «Perfectos Desconocidos» («Perfetti Sconosciuti»), sí quedé maravillado con la habilidad del director Paolo Genovese para manejar personajes dentro de un solo ambiente contenido a lo largo de una narrativa. En esta ocasión, el cineasta vuelve a jugar con un escenario minimalista en «Los Oportunistas» («The Place»), la cual juega con una historia mucho más oscura y atrapante. ¿Logra superar a su antecesora? Sin duda alguna puedo decir que sí.

Sinopsis: En un bar llamado «The Place», un hombre sentado siempre en la misma mesa ve entrar y salir a diez personajes, todos los días a todas horas, que vienen a hablar con él. Éste les da indicaciones sobre cómo satisfacer los propios deseos; de hecho, estipula con ellos un auténtico contrato. Ser más hermosa, pasar una noche con una estrella del porno, salvar al hijo, recuperar la vista y encontrar a Dios son solo algunos de los deseos que los varios personajes exponen al hombre del bar. “Puede hacerse”, responde él, mientras escribe de manera convulsa en su enorme agenda, llena de apuntes en todas sus páginas. Pero hay que pagar un precio, casi siempre altísimo: robar una buena suma de dinero, poner una bomba en un local, violar a una mujer… Si se lleva a cabo el deber asignado, el éxito está garantizado. Cada uno de ellos decidirá si acepta o rechaza el acuerdo.

Para empezar, cabe considerar que la película es una adaptación de una serie norteamericana de televisión llamada «The Booth at the End», basándose estrictamente en la mayoría de la primera temporada de la misma, pero cerrándola en un formato fílmico más que televisivo, y con unos cuantos cambios respecto de ciertos personajes de manera que todo pueda tener un desenlace más redondo.

Sin embargo, a pesar de ser una adaptación casi 100% fidedigna y al pie de la letra de la serie televisiva, la cinta destaca por la naturalidad con la que el guión está escrito y por las impecables actuaciones de su reparto, quienes elevan la simpleza minimalista del escenario, y conveen un sinfín de emociones a través de lo que dicen y la forma en que lo hacen, de manera que sin ver ninguna de las atrocidades que están en juego, no podemos dejar de imaginar lo que ha ocurrido fuera de cámara. Eso es proeza narrativa y cinematográfica de primer nivel.

Si bien todos en el reparto hace un increíble trabajo, sin dudas quien más destaca es el titular hombre sin nombre que escucha a todos los visitantes del bar, interpretado por Valerio Mastandrea («Nine»), a quien el papel le queda como anillo al dedo, al tener una presencia misteriosa e intimidante, pero al mismo tiempo atrapante e intrigante que tanto atrae como da miedo a momentos, ante la candidez de su voz y la actitud inmutada frente a los actos atroces que da como objetivos a sus clientes. Tal como él mismo dice, él no es un monstruo, sino quien alimenta a los monstruos.

La película está muy bien hilada de forma en que poco a poco se van conectando los puntos, y con ello, las revelaciones agregan cada vez más tensión a la historia. El gran problema es que aún así, la cinta no puede evitar mostrar una cierta esencia de su precursora televisiva, ya que por más atrapante que resulte todo, no deja de sentirse a momentos como una serie de viñetas, que para cuando llega el final de la película, suscitan un raro sentimiento de que se resolvió todo y nada al mismo tiempo; una noción similar a la que me dejó el final de «Perfectos Desconocidos».

Con todo esto dicho, «Los Oportunistas» no deja de ser una película muy bien lograda que pasa por sobre la media de los thrillers convencionales, al estar llena de buenas actuaciones y un buen libreto (en su mayoría) que logra sacar lo mejor de un ambiente minimalista y que sabe que a veces, la mejor manera de suscitar emociones en el espectador, es haciéndolo imaginar lo que ocurre fuera de pantalla. Sin dudas, una grata experiencia para vivir en el cine, que nos demuestra por qué nunca hay que perder de vista al cine europeo. Muchas gracias señor Genovese.

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