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Si bien no hay duda respecto al hecho de que el cine europeo califica como el exponente más innovador y artístico dentro de la industria cinematográfica, hay que saber admitir que no todo lo que sale del mismo es oro, ya que si bien se puede tener un ojo fílmico sumamente estético y revolucionario, no quita que se pueda caer en una pretensión narrativa de tal magnitud, que no hace más que aburrir al no enfocarse en factores que permitan un enganche con la historia por parte del espectador. «Polina, Danser sa vie» es -lamentablemente- uno de estos casos.
Sinopsis: A principios de la década del 90, Polina tiene ocho años y un gran potencial para la danza. Junto a un entrenador de bailarines del Teatro Bolshoi, una década más tarde ingresará en ese cuerpo y conocerá a un colega francés con el que su vida cambiará para siempre. La pasión y el amor por la danza, llevados al máximo de la expresión cinematográfica, a partir de una exitosa historia gráfica publicada en diez idiomas. Su clave: romper las reglas.
Como pueden ver, la película se propone una apuesta bastante alta, en donde busca captar el sentimiento detrás de la danza de manera fílmica, mientras lo introduce dentro de una historia, la cual se inspira en la popular novela gráfica francesa del mismo nombre, escrita por Bastien Vivès y publicada en 2011, la cual se enfoca en la relación de maestranza entre una joven bailarina rusa en práctica y su estricto profesor de baile, cuyas enseñanzas la marcan a ella y definen gran parte de su carrera mientras deriva entre Berlín y Rusia a causa de la búsqueda de amores de juventud y el descubrimiento de nuevas pasiones de baile.
Si bien eso suena bastante inspirador -y en la novela gráfica lo es-, el gran problema es que esa historia no se traslada bien a la pantalla grande, dado que no la exploran en profundidad, sino que se quedan con los hechos de manera muy general, y terminan mostrando una narrativa sumamente simple que ya hemos visto en muchísimas otras películas de jóvenes que deben esforzarse para alcanzar sus objetivos ante todos los obstáculos de la vida. Es por esto que la trama de la historia como tal, es el aspecto que falla por lejos.
El reparto involucrado es por la mayoría muy poco conocido, con la joven bailarina rusa Anastasia Shevtsova al frente de la producción como la protagónica Polina. Los únicos grandes nombres que destacan son el famoso Aleksei Guskov («El Concierto») como el estricto profesor de ballet, Bojinski, y Juliette Binoche («El Paciente Inglés»; «Chocolate») como la liberal profesora francesa de baile contemporáneo, Liria Elsaj. El problema es que a pesar de tener a tanto un gran exponente ruso como una enorme artista francesa en los roles de mentores de la protagonista; estos quedan sometidos a un nivel de relevancia tan básico -a diferencia de la novela gráfica-, que podrían perfectamente haber sido interpretados por cualquier otro artista y no habría mayor diferencia. Pero ahí se denota la necesidad de necesitar estrellas sujetas a un proyecto con el fin de atraer más público.
Ahora, si bien me he enfocado bastante en lo narrativo, también hay que hacer mención respecto a los aspectos técnicos, y en especial las coreografías que, como vimos en la sinopsis de la película, son el alma de la misma. Y es aquí donde he de decir que la película se luce de manera magnífica.
El film es co-dirigido entre la realizadora Valérie Müller y su esposo, el bailarín y coreógrafo francés de danza contemporánea, Angelin Preljocaj; y son esas referencias las cuales explican la magnífica puesta en escena y dirección -tanto musical como de bailarines- que hay para cada escena de danza que ocurre en la película.
No tan solo estas escenas se van poniendo progresivamente mejores una tras otra, sino que cada vez se resuelven con una complejidad y versatilidad de cámara sumamente grata. Las tomas no buscan ser estáticas sino innovadoras en cuanto a sus ángulos y su juego con el ambiente donde las coreografías se llevan a cabo, y de esa manera dan vida a algo que en un plano directo se vería de manera sumamente simple. Eso es por lejos el aspecto más digno de aplaudir de toda la producción, ya que saca efectivamente a relucir la promesa de «la pasión y el amor por la danza, llevados al máximo de la expresión cinematográfica».
Y creo que es por este motivo que la cinta en su totalidad resulta ser, más que nada, una decepción, ya que toda la emoción y vida pura que está inserta en sus maravillosas escenas de baile, no coinciden en lo absoluto con la historia conductora que las une entre sí, la cual es sumamente simple y carece de mayor emotividad. Vemos la vida de una bailarina que, si bien pasa por un sinfín de decepciones y situaciones de destructiva autosuperación, nunca llegan a ser problemas explorados y detallados de manera más íntima, por lo que quedan presentados de forma muy básica y simple, prácticamente carentes de tensión y una sensación de genuino conflicto, y eso genera un completo desinterés en el film en sí; lo cual es una verdadera lástima, considerando que el último baile de la película se mezcla con un montaje sumamente emotivo que llega a dar solo un vistazo de lo que pudo haber sido todo el film, y que de hecho muestra una leve comprensión de lo que hizo a la novela gráfica una obra tan memorable.
Para resumir, «Polina, Danser sa vie» es una película sumamente ambiciosa que lamentablemente solo cumple con la mitad de su promesa -expresa en increíbles y emotivas escenas de coreografía de baile-, mientras que falla de manera decepcionante en presentar una historia que resulte interesante y emocionante para el público, como sí lo es el material gráfico que está adaptando en primer lugar. A pesar de ser una producción con intenciones nobles por parte de artistas que claramente han vivido y sienten la esencia detrás de lo que quieren evocar con su historia, no logra justificar que una audiencia pague por verla, siendo que resultaría mucho más emotivo pagar por ver un ballet en vivo, o simplemente ver en casa sus escenas de baile; el triste desenlace de una historia sin compostura con solo vivas coreografías.
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