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Estamos a la mitad del apogeo de los superhéroes, la carrera entre Marvel y DC por el título al mejor universo cinematográfico que existe está en su máximo. Sin embargo, alejado de todo el ajetreo, existe un superhéroe a quien le importa un pepino todo lo demás. No, no hablo de Deadpool, sino de Hancock.
Sinopsis: Hancock, una especie de superhéroe bastante impopular, se siente insatisfecho, atormentado e incomprendido. Con sus acciones heroicas consigue salvar muchas vidas, pero al mismo tiempo, provoca auténticas catástrofes. Aunque la población en general le está agradecida, la mayoría de los habitantes de Los Ángeles no puede soportarlo. El día en que salva la vida a Ray Embrey, un alto ejecutivo de una empresa de relaciones públicas, Hancock se da cuenta de que es un ser vulnerable.
Dirigida por Peter Berg y protagonizada por el legendario Will Smith, la película fue estrenada en 2008, siendo una de las pocas películas de superhéroes que no está inspirada en un comic (al igual que “Los increíbles”).
Hancock tiene el paquete completo de superpoderes para un superhéroe promedio; invulnerabilidad, vuelo supersónico, fuerza sobre humana y sentidos agudos, sin embargo sigue siendo un hombre común que intenta de mala gana caerle bien a las personas tratando muy a su modo de hacer lo correcto.
En sus intentos de encajar en una sociedad que, literalmente, lo odia, se entrega a la policía por los crímenes que ha cometido por salvar vidas, los cuales son consecuencias de sus desmedidas acciones casi siempre bajo los efectos del alcohol.
Él no es perfecto, eso amamos de este personaje, pero intenta serlo y a pesar de no ser muy de su agrado, cumple con un deber que él no pidió: ser el salvador de una ciudad aterrorizada constantemente por asaltantes y terroristas.
Destacable es su lado más humano, el que renuncia a todo sólo por el bien del prójimo, dejando al amor de su vida (mejor dicho, sus vidas) para que ella pueda sanar de sus heridas mortales, así mismo otorgarle paz y tranquilidad a su mejor amigo, el único que confió en él cuando nadie más lo había hecho.
No son los superpoderes, no es el traje ajustado ni los músculos, ni siquiera las intensiones de hacer el bien sólo porque es su deber, más bien es el sacrificio personal de hombre que tuvo que dejar y entregar todo a pesar de no tener nada. Eso lo vuelve un superhéroe.
Hancock es un idiota, o al menos lo fue mucho tiempo, esa palabra tabú lo volvía loco pero logró superarla al superarse a sí mismo. Es un idiota, pero un idiota que amamos.
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